Glorieta

En Cuba son bien conocidas y estudiadas las diversas tendencias que coinciden y se materializan en el panorama social y cultural que nos define como nación, hasta volverse tangibles en edificaciones donde reposa la elegancia.

Son las glorietas esas construcciones que distinguen cada espacio en el cual se emplazan, pues son reflejo de la fusión de variados estilos arquitectónicos.

A parques, plazas o jardines se asocia su existencia y en sus proximidades se edificaron las mejores viviendas, edificios institucionales y por extensión los mejores trazados de aceras y calles que dibujaron tanto el bienestar como el acomodo de las urbes más pobladas.

La documentación las describe como un pabellón abierto o templete elevado, adornado con elementos artísticos, forma redonda, columnas que sostienen una cubierta capaz de proporcionar protección del fuerte sol y la lluvia.

Más de una es posible encontrarlas en las provincias de Cuba y trascienden no solo por su estética sino también por servir de escenario para actos públicos, espectáculos culturales, fiestas, retretas, conciertos de bandas de música y otros eventos.

Desde la sencillez y la vistosidad, las glorietas atesoran entre sus cimientos historias que sentaron las bases de sus orígenes, simples, pero igual de interesantes que las hacen merecedoras del reconocimiento ciudadano.

Tan es así que algunas se integran a espacios con categoría de Patrimonio Mundial, como la glorieta del Parque José Martí, en el Centro Histórico de Cienfuegos; o la del Parque Carlos Manuel de Céspedes de Manzanillo, en Granma, declarada Monumento Nacional.

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La influencia europea en la concepción de estos inmuebles es evidente en los elementos eclécticos y neoclásicos. Su estética era considerada para destacar el nivel económico del territorio, así como el realce de espacios relevantes de referencia para moradores y visitantes.

Pese a que la mayoría sobrepasa las nueve décadas, esta parece la condición para que aún armonicen con el entorno junto a la modernidad y el ajetreo cotidiano proveniente de la revitalización de lugares públicos con privilegios para el disfrute.

Por sus valores, divulgar las raíces de su surgimiento motivaría sobremanera el interés por la historia regional, además del enriquecimiento intelectual, al profundizar en los anales de sus artífices.

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Solo el sentido de pertenencia resulta capaz de rescatar del deterioro y del olvido a estas estructuras que en comunidades menos concurridas son consideradas como atractivo local, al ser prueba material de la perseverancia y el orgullo de quienes, en esfuerzo colectivo, contribuyeron a su conservación. Tal fue el caso de la glorieta de Caibarién en Villa Clara, cuando en 1939 los habitantes destinaron sus ingresos para solventar su mantenimiento.

La presencia de estos inmuebles en tierra criolla desde la primera mitad del siglo XIX invita al misticismo y a la espiritualidad, algunas parecen resultado de la imaginación por la suma de líneas y proporciones igualmente reproducidas de otras culturas. Por tanto son apreciadas por los expertos dada su estrecha relación con la historia, el arte y la sociedad en general.

Viajemos entonces a los inicios del Parque Libertad en Artemisa, cuando vio la luz una rústica glorieta de madera la cual, poco tiempo después y sin motivo, fue quemada para no dejar testimonio gráfico de su existencia.

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En La Habana, que cuenta con varias conocidas, existió una en la intersección de las calles Paseo del Prado y Malecón donde eran frecuentes las retretas y eventos deportivos. El ciclón de 1926 hizo estragos en la obra y se concretó su derribo total dos años después.

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Los archivos también hacen referencia a una en el Parque Martí, de Ciego de Avila, de la cual no se especifica la fecha exacta de demolición y actualmente ocupa su lugar un busto del Apóstol de Cuba.

Sobran las historias relacionadas con las glorietas en Cuba, que con el paso del tiempo y de generaciones constituyen reflejo de emociones y sucesos históricos, sin dejar de imprimirle a cada región que las acoge ese toque romántico que las convierte en referente de lo bello para la sociedad que las vive y atesora. (Yaumara Vicet Villalta, ACN)

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